lunes, 9 de enero de 2012

el camión mago de Manuel.

De vez en cuando, Manuel salía a la puerta de su casa y sacaba la basura. Era ese el único contacto que Manuel tenía con el aire. Si en ese lapso de calle y Manuel pasaba un camión con acoplado, de esos que mucho ruído hacen, a él se le encriptaban los oídos y pegaba un alarido que asustaba a cualquier persona que por ahí pasara. Es que para Manuel la cosa era así. No había que hablar con la gente, simplemente bastaba-nomás- con asustarla; y hacerles saber de buena manera que uno estaba ahí también, igual que ellos, en el mundo. Parado en un mundo que mucho pedía de uno. Un mundo que no quería estarse vacío, pedía constantemente relleno humano. A veces Manuel se reflejaba en la bolsa de consorcio que sacaba a la calle. Y entonces, se veía a él mismo parado en el mundo. En una vereda que no pedía mucho, no tanto como otras. Manuel no se contentaba con esa imagen de él mismo. Pasó una vez que, saliendo del edificio un día de semana por la noche, justo pasaba el camión basurero. Cosa que jamás pasaba, a nadie, en este mundo. Nunca pasaba que alguien salía  a la calle a dejar la cosa, y justo-justísimo- pasara el camión recolector de la cosa. Casi como un encuentro casual: Manuel sacaba la causa y pasaba el efecto a recogerla. Así las cosas. El camión basurero no hacía tanto espamento, este era un poco más tranquilo que los que solía oír en general. El camión venía con un grupo de tipitos colgados en la parte de atrás. De unas barandas que traía atrás, fabricadas especialmente para eso, venían los tres tipitos cantando canciones en otro idioma. Los tres bien peinados, adrede, como si en cada detención se hubiesen peinado mirandose en el reflejo de alguna bolsa de consorcio ajena. Así iban. Y Manuel, parado junto al árbol que tenía la puerta de su casa, los miraba atónito. Jamás había vivido esta experiencia de tan cerca. En general, siempre le habían contado que pasaba una cosa así, pero es que nunca la había visto verdaderamente. Sintió, a duras penas, que esos eran los verdaderos reyes magos que tanto le habían ocultado a lo largo de su vida. Que ahí estaban, y que él, los acababa de descubrir. Manuel traía ojotas, y una remera de Miami turismo que no le pertenecía. Y sudaba también, sudaba porque estaba presenciando el hecho mágico. ¿Cuántas basuras había sacado ya, a lo largo de su vida, sin toparse con la verdad? Los tres tipitos bajaron del camión, casi al unísono, a recoger las bolsas de aquél árbol. Los tres miraban con atención la bolsa que Manuel traía colgando, pero que no largaba. Uno de ellos, lo increpó:
-Maestro, ¿esa bolsa te la vas a quedar o nos la llevamos?

Manuel estaba conmovido. Jamás lo habían nombrado maestro de ninguna cosa. La camiseta de Miami turismo le sudaba.

-No. Lleven.

Respondió Manuel. Y no soltó la bolsa, se entregó a él mismo. Con bolsa y todo, exigía que sus reyes magos verdaderos se lo llevasen.
Los tipitos mucho no dijeron. Lo invitaron a subirse al estribo del camión basurero y viajaron la noche entera. Manuel ahí estaba. Ahí, sí que estaba.

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