martes, 27 de diciembre de 2011

Relato de lo último.


No importa el entorno, pensé. Repleta de pasto verde debajo de mis zapatos, pisara donde pisara, el paisaje exige felicidad. Qué grande es lo de adentro, pensé, que hace que un entorno tan gentil se convierta en caos. ¿Y qué se puede hacer con este pasto? Pisarlo hasta ponerlo marrón, y lo que era un pelito verde que salía propulsado de la tierra se convierta en tierra misma sin forma. Pasto que era y ahora no más. Porque de destruir se trata. Si lo  mismo pudiese hacer con los tres millones de pelitos verdes que penden de la tierra, me sentiría satisfecha. Compartiría el estado de afuera con el de adentro. Ilustraría un estado y la cosa pasaría a ser mayor. Ahora sí: mi caos tendría sentido e interpretación de otros. ¿Pero qué digo? También hay de otras cosas lindas. Entonces esto nunca se acaba. Hoy me rodea campo, y si yo solita pudiese, derramaría lágrimas en cada árbol para agrandarlo un poco. Agregarle un año al árbol en un segundo, sumarle un aro al tronco sólo por la caída de una de mis lágrimas fértiles.

Pienso entonces: ¿qué exige un día soleado? ¿Cómo es que un estado ambiental fuerza a uno para que lo podrido de adentro ya no tanto? Ya no tan podrido. Y es que esa es la fuerza  natural. Es un poder ambiental que surte efecto en mayorías pero que a mí, minoría, no me surte sino que me agrava. Si hago fuerza y miro el sol, estoy cerca de la ceguera inducida. Un juego posible para un día como hoy en que nada importa más que un solo humano en la tierra.

Yo tengo un mundo que un día es lindo y otro día es feo. Cuando lloro, me quedan siempre unas marquitas coloradas en la cara como muestra de que mi llanto fue comprometido con la causa. Cuando mi mundo es feo, no me lavo los dientes a la mañana. Casi que las ganas de  todo se me van, como si fuesen chupadas por una fuerza muy fuerte.

En el campo hoy me miraron fijo dos ovejas. No estaban muy cerca, pero igual fue fuerte. Una experiencia chocante. Después de un rato a las ovejas se les sumó una cabra, así que todas ellas me miraban fijo. Por un momento sentí que era importante, al menos para el reino animal.
Si pudiera trepar arriba de todos estos árboles lo haría sin dudarlo, porque nada como el sentimiento de desaparición que dan las alturas. Las alturas que ofrecen las ramas más grandes, de los árboles más viejos. Acá hay varios de esos, yo los ví. Ahora los veo.
 Cómo quisiera ser rama para estarme quieta y en todo caso, después, que esa quietud me haga mansa.

No es sano no pertenecer a todo esto ¿cómo se puede convivir sabiendo esto? Y es que lo miro y sólo quiero llorar, y la fuerza muy fuerte que se chupa mis ganas es esa mirada que yo le pongo. Porque él existe a la manera que yo lo recreo, como todo lo demás que ahora de tanto verde me agota. Y es que lo inmenso y lo potente, ( o lo que yo magnifico de esa manera) no puede pertenecerme. Nada tan inmenso puede pertenecerme. Nada me calma, nada me colma. Y ahí viene otra vez, como musicalización de mi gesto triste.



No hay comentarios:

Publicar un comentario