martes, 27 de diciembre de 2011

carta a un amigo.

Estimado:

Recién llego a mi casa...con un humor bastante débil. Hoy sí que no soy la mejor consejera de mi misma ( y nadie lo es) 
Qué mal me pegan las noches, dios...¿viste cuando la angustia ya se convierte en un algo general y no es un motivo el que te pone mal sino que pareciera que todo lo es? que todo está mal, que todos te dijeron " ya no te quiero ".  Termino pensando que todo es una mentira, que nada existe o existió. Me duele la belleza de los otros, del otro, hasta eso me duele. Y un dolor sin llanto es uno de los peores, porque es el dolor rendido, desesperanzado. ¿Por qué no podré largar lágrima? es tan extraño. Siento igual como si algo se hubiese endurecido adentro mío y fuera a quedarse así, como que alguien le hizo algo para que se quede así, estancado y hecho piedra. Es feo.
Me hace bien poder escribir estas líneas sabiendo que alguien las lee.
Gracias por leerme mi oscuridad.

Hoy también me pasó algo loco, que fue que una chica iba en el colectivo con la musiquita que salía del celular a todo volúmen. Y ella, iba tan pasiva, parada en el pasillo del colectivo. Ella sola. Porque el colectivo iba bastante vacío, pero ella decidía quedarse parada. Y del bolsillo le salía una música inmunda, que la escuchábamos todos. Me parecía tan impune ella, yo, todos. íbamos todos escuchando sus cumbias románticas ( su desamor tal vez?) muy cómico y muy extraño al mismo tiempo. Y resulta que en vez de odiarla me empecé a encariñar con eso, con ese panorama, con esa imagen RANCIA que me dio esta noche. Y pensé que estar pensando así y estar escuchando esas cumbias era algo mío, muy mío y de nadie más. Y cuando terminaba un tema, rogaba que la chica pusiera otro. Uno más feo que el anterior. Pero me encariñé con ella, con eso, no sé. No me sentía tan vacía de repente, qué se yo...Después sí, se bajó y se fue. Y el colectivo se vació del todo y ahí volví a mi estado actual. Y llegué a mi casa y mi gato me esperaba en la puerta, con su hociquito rosa. Se llama Ulises mi gato.
Bueno che, eso es todo. Prefiero escribir a hablar, siempre.
Espero que estés bien. Empiezo a entender de a poco la vida adulta, adultísima, y es pesadita.
En el colectivo siempre me pasan cosas así, que no entiendo, o que podría entender más si fuese diferente. Si yo, la espectadora, hubiese vivido otras cosas en otros momentos. Si mi estructura diera para más. A veces creo que podría dar a más. No fue ese mismo colectivo que te contaba antes, fue otro. Yo no viajo mucho eh, pero las cosas más contundentes pareciera que últimamente me pasan ahí arriba. Sobre ruedas. Todo lo quieto que hay cuando me bajo es lo menos anecdótico. Ese mediodía me subía a un colectivo amarillito beige, y en la parte trasera estaban todos los asientos ocupados. Adelante dicen que se sienta la gente mayor, hay un estudio hecho que dice que los jóvenes siempre nos sentamos de la parte del medio para atrás y adelante siempre se sientan los que ya vivieron demasiado. En este caso, en la parte de atrás iban todos jóvenes. Todas parejas de jóvenes. Todas parejas heterosexuales, el chico sentado en el asiento y la chica sentada sobre el chico. Abrazándolo. Besándolo de a ratos, tocándole el pelo. Todos ellos hacían un desfile del amor, o de lo que debería ser el amor en el mejor de los casos. Se tocaban, se besaban, se sentaban uno encima del otro. Arriba de ese colectivo iban aproximadamente cinco parejas sentadas de la misma manera. Y yo. Yo iba en un asiento de a uno, porque la estructura del asiento es esa, solitaria. Yo iba correctamente sentada, ellos no. En caso de accidente yo me hubiese salvado, ellos no. Pensé en lo que requiere una pareja, no sólo el estar, sino el compartir constantemente el espacio, el oxígeno, el asiento, lo más mínimamente cotidiano. Yo viajaba mirándolos a ellos. Me perdía en sus cabelleras, en sus labios, en las manos de ellas agarrándoles las nucas a ellos. Esas nucas masculinas por sobre todas las cosas, con pelitos oscuros que les crecían desde ahí. Algunos olían a Axe, otros a Rexona Men. Y ellas no olían, el aroma femenino siempre se pierde ante el masculino. No hay perfume que aguante. Y el colectivo agarraba pozos y ellos y ellas saltaban, también al unísono, eso también lo hacían juntos. Y ahí pensé en vos. En qué estarías haciendo, o por qué. En si vendrías a saltar conmigo adentro de ese colectivo, o si te gustaría pasar por esa experiencia. Conmigo. Después al rato me bajé porque ya había llegado, pero ellos no. Ellos seguían inmóviles en sus posiciones como si fuesen viajeros constantes. Pegados y constantes. El autobús amarillito atravesaba la ciudad con una sobrecarga de amor adentro. Y yo, una vez debajo, pensaba en que mis pies estaban más correctos en tierra firme.

Hacía mucho que no me juntaba con mis amigos. En general lo que a mí me abunda son amigos hombres. Todos ellos con distintas inclinaciones sexuales, pero hombres al fin. Siempre creí y estoy convencida de que es ese el sexo fuerte: lo masculino tiene algo admirable. Y no estoy convencida de eso por un simple registro de mayor fuerza física, o mayor capacidad para cosas más dificultosas; sino porque hay algo dentro de la masculinidad que quisiera tener. Que quisiera poseer para siempre, como si fuese mío, no como si fuese de un hombre conmigo. Y ahí estaba yo, en la casa de un amigo, con todos otros amigos, haciendo cosas de hombres. Dos de ellos se empeñaban en sacar con herramientas de construcción el revoque de una pared. Sacaban. Y sacaban, y se esforzaban, y así, de la nada, realizaban una acción concreta. Importante en el mundo. Trascendente. Y yo observaba, otra cosa no me quedaba por hacer. Quizás transpiraban, algún líquido les salía por ahí, entonces la masculinidad ambientaba el instante. En total eran cinco hombres, cinco amigos (no todos tan íntimos, pero conocidos al fin). Con uno de ellos hubo una historia, pero vínculo obstruido al fin. Tomábamos mate, los seis. Nuestras salivas se bifurcaban ahí dentro, como si nos besásemos los seis al unísono mientras la pared se iba descascarando solita. Todos en la terraza, la habitábamos de distintas formas: parados, sentados, caminando, quietos, mirando hacia arriba, después hacia abajo, mirándonos entre nosotros, hacia afuera, hacia adentro. Porque mirarse hacia adentro también es posible, estando rodeada del sexo valiente. Portentoso. Y en ese estar detenido, como si fuese un sueño que dura muchas horas, convivía con seis varones. Al aire libre, hablando de esto y de lo otro, escuchándolos. Admirando los varones que estaba viendo crecer, porque hoy los veía más crecidos, más posibles para mí. Y en todos, y en cada, veía algo lindo. Algo atractivo que quería llevarme conmigo. Y hacía tiempo no me pasaba de sentirme atraída por tantos, al unísono, y querer ser lo femenino. Lo único, en ese instante. Y gustarle a todos ellos, y que todos ellos quisiesen estar conmigo también. Y de un aparato salía una música que decoraba la escena: música rocanrolera. Muchos varones, todos ellos empapados de algo que los hacía más fuertes, músicos impasibles de lo que mi imaginación pedía de ellos.


Como roqueros desconsolados del amor de la única chica sentada en la terraza de su casa, cebando mates como una princesa.

Ya me cansé de escribirte.
Te dejo un beso muy grande.
Espero que se te pase, esto que te pasa.




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