lunes, 7 de enero de 2013

Todo lo que quiero es tenebroso.

Parte 1.
El padre.


Las velas del barco
no las levantó nadie
después más tarde,
cuando era posibilidad ahogarse
con el teléfono llamé a un señor
y le dije: padre,
por suerte no dependen de vos
mis pies en la tierra.


no hago otra cosa
que soñar los pelos duros
y ponerlos en contexto.

para haber nacido varoncito
tendría que haber sabido navegar
sobre sementales.



domingo, 18 de noviembre de 2012

Dios es una mujer cuando se vistió lindo

Nosotras hubimos una vez,
dos jóvenes castañas que vivimos en un castillo.
Nacimos hará unas cuantas décadas. Y la juventud es lo que único que no cede.
El castillo está alejado de todos los edificios de la ciudad,
pero aún así, si necesitábamos conseguir alguna cosa para la supervivencia,
salímos
y en caballos que no nos pertenecieron nunca, atravesamos unos ríos medio bajos,
medio muertos los ríos,
para conseguir comida.
En general a las dos, que siempre fuimos castañas de placenta,
nos gusta comer las mismas cosas.
A ella, sobre todo, todo lo que estuviese vivo.
A mi hermana le gusta el movimiento en su boca.
Que haya vida dentro suyo,
que no sea descendencia
sino más bien algo ajeno, que termine formando parte,
una vez que esté muerto.
Bien herido.
A mi hermana le gusta, bien que le gusta, otorgarle a las cosas padecimiento.
A los animalitos del bosque, por ejemplo,
de ese bosque impostado que crece nomás abajo de nuestro castillo.
Porque, como dije antes, nosotras habitamos un castillo que es de nuestro padre.
Pero nuestro padre no está muerto
y el castillo no está lejos.
Que los demás, que no son nosotras,
ni castaños,
no puedan acercarse hacia aquí.
Eso,
eso es cosa de cuentos.
Y lo de lo que yo quiero hablar, casi siempre,
es de éste, mi cuento.

Soy Cecinicienta,
y de nada me sirvieron nunca los apodos ya que, ni siquiera eso,
impedía que me cortejasen.
Pensé que quitándome el nombre tan meloso que me habían puesto, evitaría a los románticos,
pero me equivoqué
porque lo que tengo de fémina
está devorándome
me chorreo sola, y no quiero
chorreo un líquido espeso, que no alumbra ni refleja
 miro al suelo y estoy mojada
de tan invicta que soy desde hace tanto tiempo
Tantos años.
La primera vez que entendí un poco de esto fue una mañana,
de esas de castillos, en las que puede oler también a desayuno.
 Me puse unas botas gigantes,
inmensas,
limpias de todo el barro que tendrían después
más adelante en el tiempo
y con las botas viajé en una yegua. La yegua que me regaló mi padre.
Ese que está en casa pero que no hace ruido,
el padre de todas las cosas silenciosas,
no hay padre para lo que emite sonido, incluso movimiento,
aunque jura ser mi padre y el de mi hermana,
jura que es así, aunque le cueste,
aunque quisiese otras cosas.
Otros vínculos.
Otras historias.
Otro dúo al que reinarle.
Me subí a la yegua y la monté durante horas,
sobre la llanura del castillo en el que vivo, acá, en la ciudad.
Que no está tan lejos de la gente normal,
solamente hay que subirse a los caballos para llegar hasta ahí,
pero hoy ya no está la yegua, esa ya no, la yegua esclarecedora.

Me subi con mis botas inmensas y entendí.

Los cuerpos femeninos no necesitan ambiente.



Me enredé los cabellos con los de ella y las dos saltamos, tiesas, en la llanura.
Desde abajo, a lo lejos, estaba agachado, espiando, el cuerpo de mi hermana.
La alcancé a ver con los ojos un poco cerrados, medio chinos
descubría tierra cada vez que la veía a mi hermana así.
A ella le urgía la yegua.
y otra vez, por segunda vez esa mañana,
se formó un charco de agua debajo de mi presencia.

Al rato, casi al instante, cuando mi hermana yo y la yegua estábamos juntas
decidimos asomarnos para vernos en el charco.
Y ahí, ahi no vimos nada.
Mi agua no reflejaba.
Tomé las manos de mi hermana y me lastimé un poco con los anillos pinchudos, de cotillón,
que llevaba con el ahínco de una nena que es nueva
que todavía no entendió
que tener una hermana mujer.

el cuento que no empieza y acá ya hay desgracia.

martes, 13 de noviembre de 2012

Cuando se muere la abuela

La última vez que la ví no tenía tantas arrugas,
porque ella,
según todos,
tenía un cutis privilegiado.
Cuando estaba embalsamada ya,
no había cambiado tanto.
Según todos,
después del embalsame,
los cuerpos tienden a rejuvenecerse.
Pero ella no tuvo ese estilo,
sino que todo lo contrario,
aún en la vejez,
tendía a permanecerse joven
chiquita,
juguetón su rostro todo.
Y la última vez que la ví,
cuando todavía hablaba,
me preguntó más de una vez si yo era
quien decía ser.
Más de una vez dudé en darle una respuesta.
No podía ser certera.
Es difícil que algo sea certero,
teniendo un abuelo cerca.
Parece ser que el anciano,
es el primer eslabón de toda la cosa.
De ahí en más,
después de siglos,
entra una en juego.
Y la última vez que la vi
cuando estaba acurrucada en su silla móvil,
me tomaba de las manos y me decía que era linda,
que qué linda era,
y que de dónde había salido.
Así, tan linda.
Le conté que tenía una madre,
y pura casualidad,
ese cuerpo de mujer,
me había engendrado.
Y tiempo antes,
más casualidad aún,
cuando ella también era una mujer posible,
habia engendrado a una madre.
Porque todas,
después de siglos,
entran en juego como madres.
La última vez que la vi a mi abuela
me dolió la femeneidad.
Tener que cargar con el peso de que la cosa sigue,
sigue y seguirá,
y las mujeres seguirán engendrando mujeres,
que se mirarán a los ojos,
cuantas veces más,
acurrucadas en sillas que rueden,
plasmadas de arrugas
en pelo fino
pidiendo una vez más,
una explicación,
a la descendencia descocada.
Porque la cosa no cesa,
sigue su rumbo
y a las mujeres, un día,
se las entierra.
Aunque todavía huelan rico
y el pelo se les enrule al más mínimo contacto.
La última vez que la ví,
a mi abuela,
tuve que despedirla en silencio.
Le rocé el hombro enfermo,
aunque sin heridas,
y en silencio le dije
en diminutivo todo,
que cuanto la quería,
que cuanto la quise,
que todo eso, aunque yo fuese una mujer parada
en vez de acostada, como ella,
que todo eso era cierto
aunque silencioso.

La última vez que la vi, en realidad,
estaba cellada.
Brillaba como una nube intacta y flaca.
La nube que no pasa
porque no pesa
sino que se queda ahi
hasta que algo la tapa
la tierra.

Le tiré tierra, la última vez que la ví.
La metí en un cajón inmenso,
aunque yo no directamente,
pero sí,
la metí adentro de un cajón y ni una lágrima largué.
Porque sabía que mi pena no iría a llegarle.
¿qué sentido tiene,
llorarle a quien no lo ve?

La última vez que ví,
tenía una abuela
ahora
ese llanto ya no tiene origen.
porque la mujer primera
ya se fue.

jueves, 25 de octubre de 2012

mudanza

Te soltaste el pelo y me miraste,
el sol te daba justo en la cara. El pelo te brillaba más que nunca,
pensé que sería algo respecto al shampoo
a ese, al nuevo.
Pero no. Resulta que estabas más linda,
relucías,
recordé que decian que cuando una mujer reluce
es porque trae un alguien adentro
Pero no. Resulta que estabas más linda,
y no llevabas a nadie puesto.
Sola vos,
bastabas.
La mudanza comenzó con esa imagen tuya,
y yo,
que por poco me caigo redonda al verte así,
entendí que no hacía falta hablar,
seguir hablando.
Hay que desmitificar,
de vez en cuando,
no viene mal.
Nada mal viene.
Resulta que cuando yo me soltaba el pelo,
nada brillaba,
solamente algunas liendres sonreían.
y a vos te gustaba ese efecto.
La mudanza no pasaba por los bolsos,
ni los trastos,
sino que todo lo contrario,
lo nuevo se correspondía con tu belleza,
la nueva cosa adquirida.
La nueva chica, en mi casa.
Abajo de la ducha pensé en todo esto
y no recuerdo si era que lloraba,
o que la presión del agua estaba más bien buena.
Mejorada.
Me esperaste ahí, tirada,
con los pelos volados,
sí, bien sueltos.
Ahora era yo la que estaba mojada, desvencijada,
desmejorada.
Cambiar de casa,
dicen,
es un poco llevar a alguien dentro.
Qué bueno que estás cerca,
pensé,
que puedo echarte la culpa de todo esto.
Nada nunca duró tanto,
como ese bolso tan lleno.
No hay cosa menos estable,
que yo, en este tiempo.


vos y yo nunca
hablamos
de la verguenza que nos daba
traer a alguien a casa.




domingo, 3 de junio de 2012

Lautaro y la pólvora- desgarro-

Sueño que lo único que hago es hablar con su mamá. Nada más. Él se queda encerrado en su casa. No quiere salir. Con la única persona que puedo hablar, su mediación, es su madre. Y ella me cuenta cualquier cosa...cosas sin importancia. Ahí en la entrada de la casa, en una especie de jardín de plantas muy verdes.  Me cuenta de sus achaques. De que ahora que está más anciana se le empezó a caer el pelo una barbaridad. Me muestra el peine que saca de un bolsillo, atiborrado de pelos blancos, medio muertos. Y su hijo mientras, mira la televisión adentro de la casa. Con cara de muerte también. Mira y no ve nada. Los colores se le proyectan en la nariz inmensa, en la barba. Está quieto. Sabe que yo estoy afuera de la casa hablando con esa señora, pero no le importa, no va a moverse de ahí. Solo está bien.
La verdad entera es que, es que fuí hasta ahí para verlo a él. Me vestí toda, combiné algo algunas cosas, para verlo a él. Para contarle de las últimas cosas que me venían pasando. Del viaje en colectivo que había tenido hasta ahí, donde casi caigo redonda en el suelo. De mi calzado nuevo, medio brilloso. De mí.

Debajo del sillón del living tiene una bomba que él mismo fabricó. Una tarde que estaba aburrido, me cuenta- me sigue contando su madre- mi hijo se puso a fabricar bombitas. No las explota, nunca las explota. Siempre las deja ahí. Ahí para que algún día, cuando se le ocurra, las vuele. A veces algunos cables quedan colgando, y tengo que correrlos con la aspiradora. Me cuenta. Es que son los cables de mi hijo. Yo no podría prohibirle esto. Y mientras esto me cuenta,  me doy cuenta que está más anciana que nunca y que huele a bizcochuelo.
Que estoy cansada, realmente agotada, de su hijo y de sus bombas.
 "Igualmente él y yo, quedamos en que las va a explotar fuera de casa" me cuenta la mujer.

martes, 22 de mayo de 2012

Lautaro y la pólvora- Inicio-

Es el principio de todo, y es eso quizás lo que más me gusta. Que todavía no haya empezado. Me gusta cuando todo huele a pólvora, sin siquiera todavía haber explotado. Todos los días igual- porque todavía la estoy fabricando- Todos los días pienso en cuando salga a volar algo. Que algo explote, para mí, serán como mis inicios. Mis primeros pasos. Me gusta la idea de convertirme en un profesional. Me gusta estar cocinando esta bomba mientras mamá duerme; o mientras mamá todavía no llegó. No me disgusta para nada que salga todas las noches con ese tipo, me da tiempo de estar solo, creandome esta profesión. No hay nada falso en mí cuando cocino explosivos. Aunque sí, si pienso en en ese señor, que se la lleva todas las noches a mi mamá a pasear a la Costanera...si pienso en él, me dan más ganas de cocinar más explosivos. Es que es él el blanco perfecto. Tiene unos ojos redondos como mundos para mí. Mundos que no son para mamá, que son mios, que son solo para estas bombas.

La otra noche traté de hacer poco ruído. Las mezclas son peligrosas-si algo sale mal me muero- y se muere el que esté en casa conmigo. Durmiendo. Solo quiero cuidarle el sueño a mamá. Darle tiempo para el gran atentado. Un derrumbe es cosa sencilla, si están todos los factores dados. Un derrumbe es silencioso si el que lo otorga está calmo. Si el creador posee algo sabio.

Cuando era chico mi mamá me decía que me cuidara de los hombres que miran mal. Ahora que crecí me fabrico herramientas. Yo, solito y en piyamas, me creo mi propio mundo de pólvora, para salvar como cualquier supehéroe a la persona que más adora en este planeta. A veces lloro, cuando creo que mi primer paso pueda salir mal. A veces me alegro, entonces me rio, y mi cuarto está poblado de cables de colores.

Los ronquidos de mi mamá me dan calma. Son el sonido más agudo que escuché en toda mi vida. El primer sonido ensordecedor.
Pronto vendrán otros sonidos, asi de fuertes: los míos.
Los que dejen rastro en la historia.

Por lo pronto me voy a dormir. No vaya  a ser cosa que algún vecino sospeche.
Cuando fabrico mis armas me pongo música fuerte, un poco bailo también, para calmar esta pena que tuve siempre.