lunes, 9 de abril de 2012

dos nenas en Miramar - fucking amal-

Ella es bien rubia, platinada de placenta. Desde el monitor yo percibo que no hay raíz negra. La otra es un poco castaña, con la piel mate. Algo de las pieles y los pelos nos está gustando. La rubia y la castaña se miran, sentadas sobre el colchón vestido. El cuarto es de nena, aunque la castaña haya superado eso. Es su cuarto, y en el cuarto, no hay nenas. En la escena anterior la castaña mira el catálogo de la preparatoria y da con la foto de la rubia. Suena una canción densa, como si eso autorizara sangre. Pero no. La castaña mira a la rubia en el catálogo y se mete el dedo en la bombacha. Eso ya no pasa. Ahora las dos, con sus pieles, pueblan la habitación. La castaña está bastante abrigada en comparación a la rubia: como si algo de la tonalidad también inaugurara distintas temperaturas en los cuerpos.
Por fuera de esa historia, o por los costados del televisor, estamos nosotras. Sintonizar una película con actores que equivalen a los televidentes es la pulcritud de lo que quiero que nos pase: porque yo soy castaña y ella, con un vestido de libélulas obesas que le vuelven oblicuas las partes, es rubia también. No es gorda, es gordita, y el estampado de sus vestidos tira para el lado de lo certero: gorda como gorda sin el –ita-. Igualmente me conmueven sus libélulas. Todo, y eso, ayudado por el kilo de mandarinas que sostiene en una bolsa de plástico. Insiste en sostener y no dejar de ver; encontrar el momento cronometrado en que las actrices hagan una acción símil a comer, para destrozar la bolsa y que las mandarinas nos inunden. Acuerdo tácito entre la gorda que yo quiero y yo, en que es posible estar en la película  adentro de un departamentito en Miramar al mismo tiempo. Afuera llueve, no por eso la película.
La rubia besa impunemente a la castaña que no se anima porque abajo está su papá: que fuma pipa y se queda pelado. La madre organiza, al unísono de la pipa, el cumpleaños de la castaña. A la fiesta nadie viene porque en la preparatoria siempre hay alguno al que no retratan en el catálogo. La castaña es el reflejo vivo de la que no está. A su cumpleaños sólo asistió la rubia y le chupó un beso. Después le pidió perdón y se comió una torta frita (o alguna creación mantecosa de allá de Alemania).
La gorda que yo quiero inaugura la bolsa de mandarinas. No es un evento que dos actrices se besen, sobre todo en juventud, y en un país en el que el idioma parece nulo. Sí es un evento que la escena del beso acompañe al mismo tiempo que la playa se inunda, que la costa argentina de tanta agua tan nula comparada con un beso europeo, y en un departamento una gorda que quiero. El terreno del diluvio hace fértil la vegetación en varias partes, se dice, y acá adentro se vuelve fértil un vínculo que intenta el todo terreno. Es decir, la gorda y yo nunca nos besamos y lo fértil es justamente eso,  que la ficción lo vuelva probabilidad y ahí el todo terreno: abrir el espectro, la variable del beso que todavía no pasó, con una gorda que yo quiero. O creo que quiero. A lo sumo creo.
La rubia anda en moto a pesar de su edad. En Alemania, ya en la preparatoria les compran motos. La castaña se calza el casco y se abre un plano de carretera. Ahí no llueve, acá si: porque acá Miramar y allá no. La rubia y la castaña ya ni siquiera son adolescentes porque la moto ( incluso los cascos) les quitan eso. Se lo arrebatan. Increíble cómo un objeto, y un beso previo, las engrandece. Un parche de por vida en un ojo que acaban de perder. Una marca, registro fiel de algo nuevo. Moto en carretera y dos chicas adultas que hace un rato festejaban un cumple.
La gorda se sonríe sola, como si hubiese entendido algo de todo esto. Acuerdo tácito entre ella y yo. La gorda se pavonea con sus libélulas y va hacia la ventana. Mira la lluvia y mira la playa. Me acerco a la gorda y también le sonrío porque pareciera que no va a parar nunca. Que esto, no va a parar nunca. Miramar así de nulo. 
Es un instante en el que la televisión se apaga; la moto que acarrea a la castaña y a la rubia se funde en segundos sobre un punto blanco que las chupa. La mamá de la gorda nos llama a almorzar.

#La película que ellas ven se llama Fucking Amal, del director Lukas Moodysson.

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