sábado, 31 de diciembre de 2011

último dragón. fin de año.

Fin de año es un día en el año. Uno solo. Que la cosa se termine comprende una fiesta nocturna y un brindis.
Ahora, ¿qué fue la cosa? Es imprescindible pensar así.

Una noche ella salió con amigos. Amigos nuevos eran, de esos que no son tan íntimos, sino que son nuevos. Los amigos para la diversión. La invitaron a la fiesta de una conocida. Y ahí estaba ella, cenando con todos los demás en una parrilla. Y ahí estaba después, dentro de una casa habitada, con música saliendo de todas partes y luces que nunca se terminaban. Gente bailando, chocándose. Intentando gustarse, gustarle a alguien intentándolo. Ella miró a su alrededor, porque ella también aplicaba el ejercicio. Entonces ahí lo vio a él, que no bailaba y era el único que no. Sino que la miraba, desde adentro de una montaña de gente sonriendo, salía él inmóvil y quieto descubriendo a una persona. A ella, justamente. Ella, claro, sacaba la vista porque algo de eso le enrojecía la cara. Traía puesta una pollera colorada, terminaba en sus rodillas, y una camisa de mangas largas que se la arremangaba hacia los codos. Debajo de la camisa, una remera blanquita que le ajustaba las partes. El torso. Afuera, en la calle, había frío. Cosa que no adentro. él tenía un traje oscuro, y en el pecho, le colgaba una especie de guirnaldita mini que hacía las veces de Cairel. En esa pequeñez que él traía colgada del pecho se reflejaba gran parte de la fiesta, pero esto ella no lo supo hasta que no lo tuvo bien cerca. Abriéndose paso las espaldas mojadas, él se acercó a ella. Todo el tiempo se acercaba y la rodeaba como si ya le perteneciese. Ella bailaba, no miraba, pero igual estaba. Cooperaba con la escena. Bailaba con un amigo, un amigo nuevo, así que también se conocía con la gente. En el medio de ese baile sintió, ella, una mano que le acariciaba la parte baja. La cintura. Ahí no traía nada, sólo cuerpo y ropa que lo recubría. No había nada ahí para buscar, nada podría habérsele perdido a él ahí. Sin embargo apoyaba sus manos y atraía la atención de ella que le encajaba los ojos y en el medio de un az de luz verde loro se miraban por primera vez. De cerca. Ahí ella se veía reflejada en el Cairel, y el  Cairel bailaba porque no podía estarse quieto. Era como un foquito de luz con vida. él solamente la miraba y la tocaba, como si eso pudiese hacerse. Como si estuviese permitido abordar cuerpos. Ella lo invitaba a bailar, él le decía que no. Que no bailaba. Que estaba ahí nomás para que le pasase algo similar a esto. Ella le comentaba que la música no era acorde, que no podía bailarse algo así. Él le decia que le gustaban los Ramones, ella acataba, no sabía que eran los Ramones. ¿Todo ese ruído junto tenia nombre? Él ahí quería besarla pero ella no. No podía permitir que la cosa sucediera ahi nomás y para siempre. Había que esperar. él le preguntaba que qué música traía en su mp3. A ella, se le armaba una nebulosa de cosas que tenía que decir para presentarse frente a un alguien. Demasiada presión como para una fiesta. él insistía en probarle los labios, entonces ella se negaba pidiéndole que fuesen afuera. Una terraza inmensa, con cantidades inmensas de gente también intentando lo mismo. Estarse.
Ahí se besaban, porque había luna, y porque ahí estaban. Se habían conocido y no querían separarse. Había algo de los cuerpos, no de ellos, algo que excedía la cosa. Como si esos cuerpos se hubiesen estado comunicando de antes, en la lejanía. Todo eso les pasaba. Él la besaba y la descubría hermosa, y se lo decía, y también le decía que le gustaba su ropa y sus zapatos verdes. Ella le decía que quería teñirlos, que tanto verde no era necesario. Ella le ofrecía sentarse y ahí, entonces, intercambiaban información uno del otro. La gente que los rodeaba los miraba, los apreciaba, entendían que ahí había una dupla. Una buena. Una que podría ser posible. Había algo estético conformado. Un cuadro establecido.
La noche seguía y los dos también. Se iban juntos para seguir besándose en las calles, en esquinas y semáforos. Hablando poco, descubriéndose las bocas. Sólo eso.
Ahí, él le decía que eso que traía colgado era un adorno suyo. "Cairel" le contaba ella que se llamaba eso, eso tenía nombre, no era sólo un adorno. En esa miniatura ella se veía reflejada, la cosa le bailaba en el pecho, agarrada de una tanza y un alfiler de gancho. "Dragón" le digo yo, le contaba él. Que para él eso, era un dragón. Y la noche no se hacía día todavía. "Te regalo mi dragón" Y ahí, el se sacaba su cairel y se lo daba. Una ofrenda a la cosa nueva. El descubrimiento de esa noche y de todas las que le seguían. El dragón los recibía con los brazos inmensos.
Ella hoy lo perdió al Cairel. Había días que la opacaba.

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